Gabriel estaba harto de su mujer, de su trabajo, de sus hijos, de sí mismo. No veía la hora de ir a dormir, era el único lugar donde era feliz. Podía ser un multimillonario y recorrer el mundo si así deseaba, o ser alguien alto y moreno de ojos café como siempre quiso. Podía se cualquiera cosa.
Gabriel despertó y nuevamente fue miserable, vio a su mujer a su lado y ya no le daba placer siquiera verle desnuda, aquel placer que obtuvo en demasía durante los primeros años de relación. Quizá por eso se sentía deprimido, nada le daba placer. Así que a su mente vino hacer lo impensable, querer ir a un bar de prostitutas, nunca le había gustado la idea de ir, pero ya no sabía que hacer aparte de soñar.
Entró, miró las luces del local, los muebles, la barra y a las mujeres, la mejor calidad que había visto en su vida. Pidió un escocés a las rocas y se sentó a disfrutar.
Una chica le llamó, le preguntó si deseaba estar con ella, desde que entró le vio perdido, como fuera de lugar, y quería darle un buen trato. Gabriel accedió, fueron a una habitación y aquella rubia de pechos voluptuosos, caderas de infarto y ojos azules en los cuales podías perderte durante horas comenzó a desvestir su escasa ropa, se acerco a él, le desabrochó el pantalón y comenzó a darle una felación.
Gabriel fue feliz, no tenía esa sensación desde hace años.
Tocaron la puerta, y alguien entró, era la mujer de Gabriel quien con ojos de deseo se acercó, hizo a un lado a aquella prostituta y continuó aquella mamada.
Gabriel despertó, su mujer había aparecido en su sueño.
Nuevamente Gabriel fue miserable, le vio a su lado y sintió desagrado, se levantó de la cama, busco su rifle de caza y se disparó.